Ni los tatuajes, ni las capuchas, ni una estética disruptiva te hacen un delincuente, de la misma forma que un traje y una corbata tampoco te hacen una persona decente.
A simple vista, puede parecer que, en el juego de las apariencias, quien sale perdiendo siempre es la persona que no acepta la norma estética socialmente más aceptada, la persona que asume una estética disruptiva o alejada del canon estético predominante. Y es cierto que, generalmente, tan sólo por motivo de un aspecto inusual o transgresor las personas pueden llegar a ser mal vistas o incluso rehuídas. Pero eso no significa que dichas personas sean realmente víctimas de las apariencias, ni tampoco quiere decir que salgan perdiendo absolutamente nada.
En realidad, quienes adoptan una estética cualquiera, aún a pesar de estar alejada o de romper frontalmente con lo normalmente establecido, lo hacen porque es así como se sienten identificadas. En ocasiones también coincidirá con lo convencional. La cuestión es que su recompensa se encuentra en lograr sentirse identificados, a gusto y cómodos, de una forma particular, ya sea personal o en grupo. Y lo que puedan opinar los demás no supone en realidad ninguna desventaja, ya que no es eso lo que buscan precisamente al adoptar una estética no convencional.
Ahora bien, las personas que son criticadas, o incluso en ocasiones excluídas, por no aceptar una imagen normalizada… si en realidad no son ellas quienes están siendo perjudicadas, ¿quién sale perdiendo entonces en el mundo de las apariencias? Si lo pensamos bien, con mayor probabilidad las más perjudicadas suelen ser aquellas personas que evalúan y juzgan a los demás por las apariencias. Quienes se dedican a juzgar, aunque piensen que se sitúan en una posición de superioridad y de control moral, en realidad son carne de cañón. Y esto es así porque también hay personas que se dedican a engañar a otras. Y la persona que engaña encontrará siempre el camino más fácil utilizando las apariencias para conseguir su objetivo. No quiere decir que todas las personas con una apariencia socialmente más acogedora pretenda engañarnos, pues supone también un atajo sencillo para quien trata honestamente de ser más fácilmente aceptado por los demás. Pero es precisamente esa facilidad de aceptación y acogimiento la que aprovechan las personas con intenciones ocultas o que actúan de mala fe, que tratarán siempre de acechar a las personas que de forma manifiesta se dejan llevar por las apariencias. De esta forma, quienes juzgan o critican a otras personas por no adaptarse a la normalidad, son quienes acaban siendo las principales víctimas en el juego perverso de las apariencias que creen controlar.