Que nadie decida por ti

Que nadie decida por ti

Si el cumplimiento de tus derechos depende de la decisión de otra persona, o institución, entonces dejan de ser derechos para pasar a ser meras concesiones.

Nos educaron haciéndonos creer que existe un Estado y una Justicia que velan por nuestros derechos, y que sólo a través de ellos es como podrían garantizarse. Sin embargo, cada vez hay más pobreza, más abusos, más explotación, más gente durmiendo en la calle y más represión, mientras que al otro lado de la estructura social son los privilegios los que se mantienen protegidos por las fuerzas del orden. De su orden, por supuesto. Un orden que sólo se puede mantener, paradójicamente, haciéndose valer del uso de la coacción y de la fuerza. Esto es, un orden violento.

¿Aún no ves la mentira? No existen tales derechos, no existe tal justicia, ni existe tal orden. Al menos, no existen tal y como nos lo contaron. No a nuestro auténtico servicio. Y mientras continuemos esperando a que sean otras personas quienes traten de concedernos unos u otros derechos, continuaremos siendo simples marionetas. Eternos dependientes.

Sólo nosotros podemos definir nuestros derechos, para que sean considerados como tales, y sólo nosotros podemos protegerlos. Cuestionando toda autoridad, sea ésta explícita o tácita. Rompiendo nuestra dependencia ante cualquiera que se arrogue la potestad y sapiencia inequívoca de representar nuestros derechos. Hablando, reflexionando y actuando sobre cualquier cosa que sea de nuestro interés o en la que estemos involucrados, en nuestras relaciones personales, en nuestros trabajos, en nuestros barrios, en nuestros negocios… y sin olvidar que no estamos solos. Que podemos pactar normas y respetar acuerdos entre nosotros. Que podemos también comerciar, compartir y construir espacios, productos y servicios sin necesidad de que nadie nos diga cómo hacerlo. Que somos, al fin y al cabo, quienes movemos el mundo. Nuestro mundo.

Solo nosotros conocemos nuestros problemas y solo nosotros, ayudándonos unos a otros y sin depender de nadie, podemos encontrar soluciones que beneficien a todas las partes, en lugar de tener que esperar a soluciones impuestas por personas ajenas a nuestra convivencia cotidiana, y que al final acaban beneficiando sólo a una parte en perjuicio de la otra. Por ello, es tan importante aprender a vivir sin delegados ni representantes. Para poder asumir las consecuencias de nuestras propias decisiones, y aprender de ellas para mejorar, como sociedad y como personas. En definitiva: para aprender a ser responsables.

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