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Los niños de infantil y de primaria saben de política más que tú

Se aprende muchísimo observando el comportamiento social que se desarrolla a través del juego, de forma natural y espontánea, entre los niños más pequeños. Si bien es cierto que ante alguna situación de conflicto, éstos recurren ocasionalmente a las estrategias que puedan haber observado de los adultos con los que conviven, por norma general los niños tienden a considerarse entre ellos como pares, o iguales, lo que les lleva a desarrollar sus propias dinámicas, pactos y normas al margen de las regulaciones del mundo adulto. Digamos que elaboran un comportamiento social desde la intuición que aún no está excesivamente contaminado por las costumbres ni por la moral del mundo adulto que les rodea. Y el resultado de esta observación, sin duda, siempre es interesante.

Al salir a pasear con mi hijo, cuando éste se encuentra con algún grupo de amigos o cuando se forma espontáneamente algún otro grupo de juego, observo que se produce siempre un tiempo de pactos previo a su inicio. Nadie les ha enseñado a hacerlo, pero saben que sin una serie de reglas pactadas, no habrá entendimiento durante el desarrollo del juego, y éste no será tan divertido ni aportará el esencial elemento motivador de lo común, es decir, de saber y dar por hecho que existe un acuerdo y un entendimiento mutuo. Y es que, cuando uno no tiene que preocuparse continuamente de hacerse entender, entonces disfruta mucho más del juego.

En el fondo, la política consiste en eso, en construir entornos sociales favorables a la convivencia, que permitan el desarrollo pleno de las personas implicadas y que favorezcan la resolución de problemas. De la misma forma que, a través del juego, los niños construyen marcos de interacción en los que desarrollar su imaginación y su disfrute, y en los que puedan resolver fácilmente conflictos que pudieran impedir ese desarrollo.

Pues bien, en ese momento de pactos previos al juego, que equivaldría a la construcción comunitaria de unas normas de convivencia, los niños van aportando diferentes propuestas. En una incesante lluvia de ideas, cada uno va aportando un leit-motiv, un escenario imaginario, una serie de roles, unas funciones por cada rol, condiciones de ganador o perdedor, e incluso algunas prohibiciones. Y, mientras van exponiendo, al mismo tiempo van negociando. Por supuesto, a esto tampoco les ha enseñado nadie. De hecho, en cada negociación surgen diferentes dinámicas, diferentes escenarios, diferentes roles, diferentes normas, diferentes prohibiciones. Y esto sucede así incluso dentro de un mismo grupo habitual de juego, debido a que el único marco de referencia que los niños tienen durante el pacto previo al juego son las apetencias que pudieran tener en ese momento, y que fluctúan constantemente en el tiempo. Las apetencias serán, por tanto, las que marquen el valor de las propuestas que se vayan presentando. De esta forma, las propuestas que más alimenten a las apetencias de la mayoría tendrán mayor valor y, por tanto, mayor probabilidad de establecerse como norma del juego. La configuración final de dicho juego, se verá modulada también por las habilidades de negociación, la tozudez, la negación o la permisividad, de cada uno. Pero lo importante es que, hasta que no se alcanza un acuerdo mutuo aceptado por todos, no comienza el juego. De hecho, cuando surgen algunos intentos de chantaje o de imposición por la fuerza, lo que sucede es que el juego no llega a desarrollarse. Como si hubiera un principio tácito inviolable que establece que, si todos no disfrutan del juego, entonces es que no merece la pena.

El mecanismo, si nos paramos a pensarlo, es bien sencillo: Todos desean jugar, y desean jugar juntos. Jugar es el objetivo común. Necesitan crear reglas del juego para que éste sea más divertido y, por tanto, negocian dichas reglas. Y, al final, siempre se alcanza un acuerdo, ya que el motivo principal de dicha negociación es el deseo de jugar que llevó a todos esos niños a agruparse. Los niños se divierten, crean lazos, se conocen y quedan para jugar más veces y así poder seguir construyendo nuevos y más avanzados juegos en comunidad. Además, en cada grupo aprenden nuevas posibilidades de juego que usarán para negociar posteriormente con otros grupos diferentes. Yo no se a vosotros, pero a mí no deja de alucinarme que, a pesar de la sencillez de estas dinámicas, se acaba construyendo un entramado complejísimo y extenso de evolución y diversificación del juego que se va distribuyendo entre todos los niños que se van encontrando en diferentes lugares, extendiéndose a través de innumerables redes distribuidas y conectándose unas a otras de una forma inabarcable y absolutamente imposible de trazar.

Esta constante puesta en práctica en el juego de los niños, es la demostración más real y palpable que he podido observar acerca de teorías y conceptos como el orden espontáneo, el conocimiento disperso, el apoyo mutuo, el valor subjetivo, o el libre mercado. Y no sólo lo podemos observar en el tipo de juego que he sugerido en este artículo (juego simbólico de roles), otras personas lo han extraído también, por ejemplo y con todo lujo de detalles, a partir de los juegos de cromos o coleccionables. Mostrándonos cómo los niños son capaces de elaborar, de forma deslocalizada y global, una serie de reglas estables de comunitarismo y de mercado tan intuitivas y naturales que ni tan siquiera necesitan ser explicadas para que se pongan en práctica y, además, funcionen. Es más, cuando alguien trata de condicionarlas de forma artificial, o por medio de la autoridad o de la fuerza, sucede que la eficiencia y estabilidad de este tipo de funcionamiento y de orden social se rompe y se desmorona por completo. Yo mismo lo observo, tal y como he relatado, cada tarde en el parque. El de los niños es un sistema eficiente y más que válido. Un sistema, además, que nadie ha enseñado a los niños, sino que surge de ellos por pura lógica, y de forma espontánea y natural. Que surge de esa necesidad que tiene el ser humano por satisfacer sus deseos tanto individuales como comunitarios.

¿Qué nos sucede entonces con el paso del tiempo? Si ya nacemos con la habilidad, la capacidad y las herramientas para poder construir comunidad de forma eficiente y resolutiva, ¿por qué nos echamos a perder de esta manera? Observad, si no, a qué se ha reducido popularmente la práctica de la política hoy en día, y comparadla con el desarrollo del juego en los niños distribuido a gran escala. ¿Para qué esa necesidad de tener que imponer unas reglas de juego? ¿Para qué tener que convencer a una gran masa con la que ni siquiera interactuamos en nuestro día a día? ¿Por qué decidir por los demás? En serio… ¿para qué? Si al final lo único que se consigue rompiendo las reglas naturales del juego, es acabar jodiéndonos la vida los unos a los otros.

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