La izquierda

La izquierda del mínimo común denominador

Aunque originalmente Unamuno hiciera de esta cita una cuestión de fe religiosa, la imagen tan poderosa que evoca nos permite poder extraer de ella muchas otras lecturas. En esta ocasión, nos servirá como metáfora del activismo que se diluye frente al que, de alguna forma, logra materializarse. Así veremos cómo esta cita, que cuenta ya con más de 80 años de vida, continúa resultando hoy de una valiosa vigencia.

De la diversidad a la uniformidad.

Antes de nada, debo destacar algunas de las circunstancias de aquella época, la de Unamuno y la Generación del 98, que estarían íntimamente relacionadas con la visión de la actualidad que hoy quiero compartir con vosotros. Por aquel entonces, el ejercicio intelectual se desarrollaba principalmente a través de las conocidas tertulias, en las que se compartían las opiniones, las reflexiones, y los proyectos de cada cual por muy dispares que éstos fueran. Las tertulias se configuraron así como espacios comunes de encuentro cuya actividad, sin embargo, no consistía en tratar de alcanzar un acuerdo unánime ni en consensuar conclusiones. Se afrontaban más bien con grandes dosis de tolerancia y con elevado espíritu autocrítico, orientado principalmente a enriquecerse unos de otros y a encontrar pares con los que poder profundizar en la conversación. Por ello, resultaron ser de una importancia tremenda también para los neófitos, tanto para su formación como para su inclusión productiva en la intelectualidad regeneracionista. Así fue como, de tales relaciones, pudieron surgir tan diversas lecturas de la realidad de aquella sociedad que no era la que a través de los medios oficiales se relataba. Gracias a las obras producidas por todos aquellos contertulios, todas aquellas lecturas todavía perduran hoy en día.

Teniendo esto en cuenta, y volviendo a recurrir a la alegórica imagen de la nieve, el lago y la montaña, podemos entender fácilmente por qué muchos de los pensamientos de aquel convulso e incesante ejercicio intelectual, al igual que los copos de nieve sobre la tierra, aún perduran. No ocurrió así con aquellos otros que quedaron diluidos en el pensamiento común, sin necesidad por tanto de ser expresados, y que acabarían muriendo al mezclarse con la uniformidad del lago. La metáfora no sólo nos advierte sobre el peligro de acabar diluidos en vida en una masa homogénea en la que no pudimos dejar rastro. Si no que también apunta a algunas de las claves que facilitan la permanencia de nuestros actos y nuestros pensamientos tras nuestro paso, y ya no sólo como individuos (como ese copo de nieve que se posa sobre la roca) sino también colectivamente (posándonos sobre otros copos y permitiendo que otros a su vez se posen sobre nosotros, formando el manto que acaba cubriendo el paisaje).

En nuestra época actual, al activismo político y a la regeneración de la izquierda, tan profundamente obsesionados por la búsqueda de candidaturas populares, de amplias unidades y de grandes consensos, quizá les convendría no olvidar ciertos testigos del pasado que ya pasaron por similares encrucijadas y compartieron a través de su legado algunas de sus conclusiones al respecto. Eso es precisamente a lo que llamo la izquierda del mínimo común denominador, que es ese conglomerado de activistas sociales y políticos reunidos en la búsqueda de pactos de mínimos comunes en torno a los que erigir un amplio frente popular capaz de augurar una victoria electoral. Su máxima es muy clara: es preciso dejar las diferencias a un lado en beneficio de una unidad más amplia que permita recuperar el poder. Y una vez alcanzado, bueno, entonces ya veremos… “lo importante es sacar del poder a los que están ahora”.

La unión hace la fuerza… pero no produce cambios.

Cuando una mayoría unificada por un mínimo común denominador consigue controlar una alta cuota de poder, y es capaz de influir o directamente se hace con los medios de control de un Estado, ésto sólo lo habrán logrado centrando ese mínimo común en una candidatura o en un dirigente. Cuando ese equipo dirigente ha asumido el control del poder, aunque obedeciera fielmente a ese mínimo común pactado, se vería obligado a gobernar para muchas otras cuestiones que son precisamente las que dividirían a ese supuesto frente amplio. Esas diferencias que se quisieron dejar desde un principio a un lado, pero que por más que quisieran nunca desaparecen, no tardarían en salir a la luz. Y esto es lo que inexorablemente termina provocando la aparición de escisiones o traiciones, que en un principio serían minoritarias, pero que a medio plazo supondrían la gestación de un nuevo poder popular alternativo que derrocase al anterior dirigente, en un círculo vicioso que nunca cesaría. Todo esto ocurriría, además, siendo muy benevolente en las predicciones, pues la realidad en la construcción de este tipo de colectivos políticos lo que nos muestra es que todas esas escisiones y traiciones suelen aflorar mucho antes de llegar a alcanzar un éxito electoral. Por eso le resulta tan complicado a la izquierda del mínimo común denominador construir un frente amplio de izquierdas o le cuesta también consolidar una candidatura popular de mayorías. ¿Por qué entonces tanto empeño en perseguir semejante objetivo? Algunas personas involucradas jamás reconocerán que detrás de sus intenciones se encuentra una cruenta carrera por alcanzar algún puesto de poder, y otras muchas más sencillamente actúan por la inercia de las ilusorias promesas de cambio que supuestamente se encuentran tras una victoria electoral.

De esta forma, el proceso de unificación de fuerzas en un frente popular al final no resulta ser más que un lento proceso de adaptación del potencial activista hacia lo más perverso del corazón del sistema contra el que pretende luchar. No existe tal cosa llamada “poder popular”, o al menos no más que como una malintencionada dulcificación del fosilizado concepto de la “dictadura del proletariado”. Me explico. Si existiera un poder popular en el sentido en que el pueblo se gobernase con plenitud a sí mismo, a eso se le denomina anarquía y, por su propia naturaleza, carecería de sentido designarla como algún tipo de poder. Si, por el contrario, lo que sugiere el supuesto “poder popular” es que parte del pueblo logra legitimar de cualquier manera (sea más o menos democrática) la capacidad de ejercer poder sobre el resto (sea con mejor o peor voluntad o virtud), es como he afirmado más arriba, lo que Marx llamaba la dictadura del proletariado, o lo que los actuales sistemas representativos llaman gobiernos democráticos. Cuando el objetivo es alcanzar el poder, aún con las mejores intenciones e incluso pretendiendo la máxima horizontalidad, el consenso en escalas de población tan amplias, a pesar de su aparente ejercicio democrático, conlleva en última instancia una imposición de las decisiones de las mayorías sobre el resto. Esto se deriva en una dictadura de las mayorías que al final resulta en la práctica en un ejercicio similar al de las decisiones tomadas por élites vanguardistas o por representantes.

Al final lo único que se obtiene como resultado con esta estrategia, aún en el mejor de los casos, es que todo permanezca estructuralmente igual, no sin antes haber absorvido por el camino un enorme potencial activista y, con ello, toda posibilidad de cambio real y efectivo. De la misma manera en que la nieve, que como sabemos es capaz de erigirse sobre el terreno para darle nuevas formas, tan sólo acaba fundida y diluida en la superficie uniforme del lago, como si nunca hubiera existido.Es la lógica del mínimo común denominador, del ‘todo’ al que se adhieren muchas partes que asumen un mismo contenido, que aceptan una única identidad, que comparten idénticos manifiestos y que, por encima de sí mismos, permanecen fieles a ese ‘todo’. Es una perfecta zona de confort para el activismo político, en la que no se asumen grandes riesgos y en la que todo el mundo tiene cabida. Bienvenidos al gran lago, tomen asiento, pónganse cómodos y disfruten del espectáculo.

Hacia una alternativa transformadora.

Concluyendo y resumiendo, a través de la imagen de la que hemos partido, observamos con claridad dos formas de construir una colectividad. Una a través de homogeneidad, uniformidad, consenso y dilución de la identidad individual para alimentar a una mayoría con una única forma definida (representada en el lago), y otra que se forma a partir de la suma de identidades individuales autodefinidas (como los copos de nieve), que se construye a través de la complementariedad en lugar de la igualdad, a través de la confederación en lugar de la centralización, que respeta la libertad de formas y se extiende por donde quiere resultando en sorprendentes formaciones sobre el paisaje, en lugar de la plana uniformidad del consenso mayoritario reflejado en la quietud permanente del lago.

Cuando una comunidad se va desarrollando a través de partes unidas en pro de un beneficio mutuo, dichas partes también forman un todo, pero ese todo será siempre ingobernable, pues dependerá de las relaciones entre las partes, de sus acuerdos y pactos, y también de sus vínculos. La dirección de ese todo, de ese manto blanco que acaba cubriendo lo viejo del paisaje para renovarlo, no podrá estar nunca en manos de nadie, pues el todo no se llegó a plantear nunca como un objetivo sino tan sólo es una mera consecuencia de la suma de las partes.

Esta forma de construir comunidad tiene además muchas otras ventajas. Por ejemplo, al no estar dirigidas, éstas disponen de una mayor resiliencia. Y, al respetar la individualidad de cada persona, se aprovecha también todo el potencial de cada una de ellas, facilitando al conjunto desarrollarse en un estado de permanente evolución y transformación derivadas de las múltiples aportaciones de cada individuo. Permite que podamos aprender rápidamente unas personas de otras, y que ante un problema determinado se ofrezcan diversas soluciones o caminos que se puedan llevar simultáneamente a la práctica, comprobando así la efectividad real de cada propuesta, y ayudando en definitiva a mejorar al conjunto. Todas estas cualidades son precisamente algunas de las que se conocen como más efectivas a la hora de afrontar una crisis como la que vivimos hoy en día.

Yo no sé cómo ha de ser exactamente esa alternativa transformadora. Voy aprendiendo por el camino. Y, aunque a día de hoy apuesto por la generación de comunidades plenamente autónomas desde una perspectiva libertaria (como los son las filés), no voy a arrogarme la potestad de afirmar que sea esa la mejor o la única vía. Lo único que sí tengo claro es que, para salvar los obstáculos en que la actual izquierda política se encuentra sumida, e igualmente para evitar futuros y previsibles duros golpes, lo que se construya habrá de desarrollarse conforme a estos principios que acabamos de detallar en este apartado.

Es por eso que prefiero una opinión diferente a un simple “me gusta”; es por lo que prefiero una valoración particular de un suceso a ver la misma noticia repetida mil veces; por lo que opto por una discusión antes que por un silencio; por lo que siempre respetaré una suma de dos acciones por encima del consenso de una sola; por lo que prestaré más atención a la voz de una minoría marginal que a la de una amplia mayoría; por lo que prefiero un blog que una cuenta de facebook; por lo que siempre consideraré la complementariedad como una solución más justa que la igualdad; y por lo que sólo veo salida en la anarquía allá donde la izquierda representativa no llega.

Esta no es una simple reflexión que en cierto modo ha pretendido ser lógica y racionalista. Es también una cuestión de estrategia.

Dejar un comentario

Noticias Madrid Otra Mirada